sábado, 5 de enero de 2013

.      MUJER CON CALAS


            En una feria de las Naciones compré una María, así se llama esta cerámica, mujer indígena, regordeta, pelo negro, recogido, ojos aindiados y las manos llenas de calas.            La miro encantada en la mesita del living donde la coloqué.            -Por algo te elegí- pienso. Y agrego: - parece que te escapaste de un cuadro de Diego Rivera.            La mujer de cerámica tiene la mirada perdida y por supuesto no dice nada.            Su silencio es el silencio de la raza – me digo.            Callaron desde el principio  y después ya no supieron hablar.            Por eso sus niños padecen hambre, enfermedades; sus abuelos, olvido. Ellos, trabajos con paga insuficiente.            Entonces imagino el despertar de cada mañana. El trabajo duro, las penitas más abundantes que el pan escaso… Y de pronto estoy allí, entre ellos. Soy una más. Yo también mujer indígena, pelo negro, recogido.            Vivo en Chiapas. Mi padre amaneció enfermo. Hay que transportarlo hasta el hospitalito. El “profesionalista” ni nos habla. La enfermera nos dice que los medicamentos no llegaron… que nada pueden hacer… que mejor confiemos…            Y regresamos. La resignación es una constante. Al atardecer, parece que el abuelo se recupera. Pero la noche y sus fantasmas se lo llevan.
            Los hombres lo transportan al pequeño cementerio, tan viejo!, con tantas cruces!… Las mujeres vamos silenciosas, detrás. Los niños acompañan. Algunos muy pequeños, no entienden. Los mayorcitos ya incorporaron el silencio, la resignación.            Al regresar, cada uno volverá a su trabajo, para que la vida siga. ¿la vida?...            A la mañana siguiente lleno mis manos de calas para el abuelo. Y, ante su tumba, le pido que ruegue a Diosito y a Nuestra Señora de Guadalupe que se lleven nuestras penas, que se cumplan nuestros sueños…            Cae la tarde. Yo vuelvo a ser yo y mi cerámica, mujer indígena, regordeta, de pelo negro, recogido y calas en las manos, está allí, en la mesita del living, con sus penas de quinientos años y sus sueños ancestrales.




LILIANA CERINO

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